Es el titular de un juzgado que cada día se enfrenta a un mal endémico, una lacra que no se logra exterminar por más que se luche contra ella: la violencia contra la mujer. Ricardo Rodríguez tumba mitos que aún están presentes en la sociedad y alerta sobre el aumento de casos entre los jóvenes. Pide la implicación de todos, y principalmente de la familia, y lanza un mensaje de optimismo hacia las víctimas, a las que anima a denunciar. De hecho, sólo pide un deseo ante esta problemática: “Ojalá me quede sin trabajo”.
El Juzgado específico de Violencia Contra la Mujer se creó en 2008, y usted lleva ya dos años al frente del mismo. ¿Ha habido en este tiempo una evolución de la problemática?
–Es un problema que desgraciadamente se sostiene en el tiempo, porque las fluctuaciones no son especialmente relevantes en ningún sentido más que en el hecho de que se siguen manteniendo las denuncias, seguimos con los mismos números, no hay más pero tampoco hay menos, que es lo que nos preocupa.
Y a pesar de ello, ¿cree que se denuncian todos los casos o aún hay muchos silenciados?
–Yo creo que hay un porcentaje muy grande que no se denuncia, y lo creo porque la violencia de género engloba una serie de delitos que tienen una tipología muy específica. La mujer se mete en el llamado círculo de la violencia que le lleva en muchas ocasiones a perdonar, a no seguir, a no denunciar, a no declarar, y por ello creo que hay muchas cosas que se nos están quedando en el tintero.
La sensación es que en los últimos años se trabaja más en la concienciación. Pero, ¿es suficiente?
–Yo creo que nunca es suficiente. Si en algún momento entendiéramos que lo es, deberíamos resetearnos y pensar que estamos haciendo algo mal. Se está colaborando mucho y muy bien, todos estamos remando en la misma dirección, pero tenemos que exigirnos un poco más.
¿También la sociedad y la familia?
–Por supuesto. Tengo un dato que me preocupa mucho, y es que de las denuncias recibidas en este primer trimestre de 2015, que son 227, sólo dos se han presentado directamente por familiares de la víctima. ¿Por qué no nos implicamos? Seguimos teniendo quizás esa visión de que es un problema doméstico.
¿Se denuncian casos de violencia psicológica?
–Se llega a denunciar, tenemos instrumentos para intentar detectarla a modo indiciario y después contamos con la Unidad de Valoración Integral, compuesta por médicos forenses, trabajadores sociales y psicólogos, pero es muy complicado, porque se suma la dificultad de que la violencia se comete en el ámbito clandestino de la intimidad al hecho de que en este caso, la violencia psicológica no deja una huella aparente. Pero con todo el ahínco del mundo intentamos perseguirla y dar con ella.
¿Una violencia aparece antes que la otra o van de la mano?
–Normalmente, cuando llega la víctima, nos suele relatar una situación de violencia física, que es la gota que ha colmado el vaso, pero cuando arañamos un poco más en lo que hay, sale que ha sufrido vejaciones continuas, humillación, que la separó de la familia, que no la dejaba vestirse de una forma o de otra, y entonces aflora esa violencia psicológica.
¿Hay un perfil claro de víctima y agresor?
–En cuanto a la tipología de víctimas, quisiera recalcar, porque se ha difundido que hay más casos de víctimas extranjeras, que de las 227 víctimas del último trimestre, hemos tenido 209 españolas y 18 extranjeras. Es decir, la mujer extranjera viene a España a ganarse el pan y hacer su vida, y si sufre violencia de género, la denuncia como cualquier otra mujer, es decir, que hay un falso mito de que las mujeres extranjeras denuncian más.  Y no hay un perfil social. Yo he tenido aquí desde profesionales de altísimo reconocimiento hasta personas de escaso nivel cultural, pasando por jóvenes, o sea, que no se puede decir que haya una tipología concreta de agresores. Están en todos los estratos, capas y edades.
Precisamente se habla mucho de la violencia entre jóvenes.
–Me preocupa muchísimo, porque en una primera aproximación al fenómeno de la violencia de género, uno puede pensar que esta violencia es cosa de señores educados en otra época machista, y tiene cierta parte de realidad, pero es que los jóvenes de ahora están cometiendo muchos hechos de violencia de género y graves. Esto me desconcierta porque no sé realmente a qué puede responder. No sé si estamos fallando en educación o en la asunción de los valores por los críos. Los hechos más graves que yo he visto en este juzgado han sido cometidos por chavales de una horquilla de 18 a 21 años, que no tienen ningún tipo de respeto a la autoridad.
¿La crisis ha afectado a la hora de denunciar?
–Sí que he tenido situaciones en las que la mujer me ha dicho que no había denunciado porque “prefiero recibir golpes a que mis hijos no coman”, y eso pasa. Y si hay una crisis, la mujer pierde el trabajo o tiene una mayor dependencia económica del agresor, en ocasiones, desgraciadamente, soportan más este tipo de hechos para mantener, entre comillas, el bienestar de sus hijos.
Tiene que ser muy complicado dar el paso de denunciar. –El miedo es total. Imagina que si, por ejemplo, me roban el teléfono móvil, denuncio, me enfado y punto, pero la mujer que denuncia a su marido, tiene en los calabozos del juzgado al señor que ha estado 20 años viviendo con ella, que es el padre de sus hijos, esposado, ella tiene que venir al juzgado y tiene que contar sus intimidades, se le dice que igual resulta condenado. La situación de la víctima de violencia de género es muy complicada.
¿Cómo suele responder el entorno familiar?
–En ocasiones la víctima también tiene que luchar contra su entorno cuando denuncia. Cuando vienen testigos familiares, trato de explicarles que tienen que apoyar incondicionalmente a la víctima, aunque haya denunciado antes y después se haya echado atrás, porque el círculo de la violencia es muy complicado.
¿Qué pasa con los hijos?¿Son utilizados?
–Sí, se utiliza a los hijos. Nos estamos encontrando incluso supuestos en los que planteamos la suspensión del régimen de visitas porque se utilizan como arma para hacer daño a la expareja, casos en los que el maltratador pregunta al hijo que dónde va con la madre, qué hace… Eso es un mecanismo de control, y eso se tiene que evitar y para ello debemos estar muy vigilantes.
¿Funcionan bien las medidas de protección?
–En principio, funcionan, y a los datos me remito. Nosotros seguimos una escala de protección. En primer lugar se pone una orden de protección. Si se incumple, se puede controlar telemáticamente, con una pulsera, que controla la distancia a 500 metros. Si pasa este límite, a la mujer le va a saltar un teléfono y la policía aparece en poco tiempo. En el último caso, si todo esto no es suficiente, prisión provisional sin fianza.
Según los datos de 2014, el 60% de las sentencias en Huelva fueron absolutorias. ¿Por qué tantas? ¿Serían denuncias falsas?
–La denuncia falsa es la que se hace a sabiendas de su falsedad. La mujer que viene aquí, en el 99,99% de los casos viene denunciando situaciones que sufre, padece y siente, que son reales. Lo que ocurre es que en ocasiones nos encontramos con un déficit probatorio. No se llega a probar procesalmente y a destruir la presunción de inocencia, y por tanto, hay que dictar una sentencia absolutoria, pero eso no significa que sea falsa la denuncia que se ha puesto. Las denuncias falsas son el 0,01%, es algo absolutamente testimonial, es decir, que el mito de la denuncia falsa deberíamos erradicarlo porque es falso. En cuanto a las sentencias, las dicta el juzgado de lo Penal. En nuestro juzgado se instruye la causa, que se juzga en Penal. Aquí en Huelva tenemos cuatro juzgados de lo Penal, y cada uno tiene su criterio. Quizás sería una buena medida buscar la especialización también de un juzgado de lo Penal, porque tendría un criterio único y podría trabajar directamente para mejorar mi instrucción. Incidiendo en el tema de las denuncias falsas, hay que darle un plus de credibilidad a la víctima, tenemos que creer que este problema existe, que hay víctimas y que aquí no vienen a echar el día ni a falsear datos, vienen a denunciar un problema que sufren y que conlleva también mucha complicaciones para su entorno. En dos años que llevo aquí no he deducido ni un solo testimonio por denuncia falsa, ni la Fiscalía ha acusado, y he visto muchos asuntos.
Entonces, esas mujeres que denuncian y no obtienen una sentencia condenatoria, quedarían en un cierto plano de indefensión.
–Hay que separar el ámbito procesal-penal, que en este caso no ha llegado al puerto deseado por la víctima, y el apoyo institucional (policía, servicios sociales…), que sigue funcionando. La punta del iceberg es la violencia de género penalmente relevante, pero por debajo hay otras cosas, y para eso están los servicios sociales, las casas de acogida… Todo eso está ahí, y no siempre va de la mano de un proceso penal. Para ciertas cosas no es necesaria una sentencia.
También en 2014 hubo un 12% de renuncias. ¿Qué se puede hacer en estos casos?
–Cuando observamos que la víctima retira la denuncia o se pone a la defensiva para no declarar, pero detrás hay algo que no nos cuadra, la Fiscalía tira adelante con esos procedimientos intentando sacar pruebas de donde no las hay. Hay otros casos en que no, porque si tenemos un parte de lesiones en el que no hay testigos, y la víctima no quiere declarar, ya no tenemos más que hacer. Ahora, si hay testigos, si hay documentos, si hay una cámara de seguridad que ha grabado algo, si tenemos previas denuncias, si tenemos informes psicológicos… Todo eso lo intentamos instruir.
¿Está justificada la creación de un juzgado específico de Violencia contra la Mujer?
–Yo creo que sí porque el que niegue la existencia de un fenómeno tan complejo como es la violencia de género, es que no se entera. La violencia de género es complicada, tiene sus matices y creo que el juzgado responde a eso con una serie de personas especializadas, con forenses especializados, con grupos de la policía adscrita, abogados del turno de oficio especializados…
Hay quien critica que se diferencia entre violencia contra la mujer y contra el hombre.
–Eso es desconocer datos históricos. Históricamente ha existido una sumisión de la mujer al hombre, un perfil histórico, sociológico y demográfico, incluso, que ha hecho que la mujer haya tenido que hacer el doble para llegar donde el hombre. Esa situación se ha mantenido, y la violencia de género es una cristalización de esa dominación del hombre hacia la mujer. Hay una sentencia del Tribunal Constitucional del año 2008 que da plena carta de naturaleza a la Ley de Violencia de Género y dice que, efectivamente, esos datos están ahí y que hay que tenerlos en cuenta, que si se crean juzgados y leyes específicas, es porque la mujer está en una situación diferente a la del hombre. Es un problema real de nuestra sociedad, y se trata de intentar atajarlo a través de normas específicas que protejan a la víctima. En el caso de que una mujer agreda a su pareja, la base del problema no es la misma, no tiene nada que ver. Es violencia doméstica. Hay cierto desconocimiento, porque si la mujer agrede al marido, está cometiendo un delito también, de violencia doméstica, que está recogido en el Código Penal. Si el marido agrede a la mujer, está cometiendo un delito de violencia de género o de violencia sobre la mujer. La tipología es distinta pero las dos conductas se sancionan, lo que ocurre es las agresiones de mujeres a hombres son anecdóticas, pero en mi juzgado tenemos a diario víctimas.
Será complicado trabajar en un juzgado como el suyo. –Se lleva bien y mal. Se lleva mal porque uno siempre se lleva parte del trabajo, de esa desazón, de esa víctima que llora amargamente. Pero también tiene muchas satisfacciones. Por ejemplo, el otro día una víctima me decía en la oficina que había salido adelante, me dio un abrazo incluso y me puso los vellos de punta, porque se ve de una forma mucho más cercana el bien que se hace a la sociedad. Eso es muy gratificante.
¿Algo más que se nos quede en el tintero?
–La especial protección de las víctimas con discapacidad, chicas sordas, ciegas, con problemas psiquiátricos o psicológicos. Tenemos que ser especialmente vigilantes con esas víctimas, porque se dan casos también y tenemos que darles una respuesta. La sensación que me da como juez es que no estamos llegando del modo que deberíamos llegar. Nos falta un 10% y tenemos que ser incisivos en eso, que una víctima con discapacidad se sienta igual de ciudadana que cualquier otra mujer en el juzgado.
Desde el ámbito judicial, siempre se piden mejoras materiales y personales. ¿Pediría alguna mejora para su juzgado?
– Siempre digo que este juzgado está bien, tenemos los funcionarios y los medios que necesitamos, y en ese sentido no hay ningún tipo de queja. Lo que ocurre es debería ser lo menos parecido a un juzgado, porque el hecho de que una víctima pase por el arco del detector de metales, detrás de tres chicos que van a ser juzgados, que estén sentadas y escuchen en los calabozos de abajo a un señor que tiene el mono, que está llorando… Todo eso hace que la víctima se retraiga. Quizás la separación física sería aconsejable, aunque sé que es un brindis al sol.
Un mensaje para las víctimas.
– Que denuncien, que sirve, que se sale, que hay muchos recursos, que la podemos ayudar, y que este juzgado tiene abiertas las puertas para toda aquella mujer que quiera venir a denunciar lo que está sufriendo. Que no se retraigan, que van a tener un trato humano y una respuesta muy acertada. Tienen un número 24 horas, el grupo SAF (Servicio de Atención a la Familia) de la Policía Nacional, los cuarteles de la Guardia Civil en cada pueblo, el servicio de Atención a Víctimas en el Palacio de Justicia, este juzgado, el de guardia, los servicios sociales de los ayuntamientos… Hay muchas posibilidades de acudir a un sitio a denunciar, y todos funcionan. Pero que denuncien.
Supongo que su objetivo es que el número de víctimas mortales sea cero.
– Ojalá, pero desgraciadamente es un fenómeno que está encima de la mesa. No deja de ser el pico del iceberg, pero por debajo de los asesinatos, tenemos una pirámide de mujeres que están siendo agredidas y maltratadas, y ojalá también se acabe ese fenómeno. Ojalá me quedase sin trabajo.