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Jerez

El vacío no entiende de barrios

Las viejas collaciones de San Mateo y San Juan compartieron este Martes Santo un inédito estado de letargo con las zonas más pobladas de Jerez

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El obispo durante sus oraciones en San Mateo

En San Benito, con las imágenes de La Clemencia

El viejo Jerez que duerme siempre y al que sostienen fachadas medio derruidas cuando no desaparecidas o apuntaladas parece recobrar esplendores perdidos en contadas ocasiones.

El Martes Santo es precisamente uno de esos días, porque se abren las puertas de San Mateo y quienes de pequeños jugaron a la pelota en la plaza del Mercado o corretearon por las calles Liebre y Justicia han sabido transmitir a sus hijos y nietos el sentimiento de pertenencia a un barrio que hoy se parece más al decorado de una película de entreguerras que a un populoso y pujante arrabal.

El de este año no fue un Martes Santo normal, de esos que se tiñen de rojo y negro desde el mediodía hasta la madrugada.

Para San Mateo sí fue un día más, uno de tantos, de personas mayores confinadas en su propia casa a la espera de que alguien les acerque algo de comida o esa medicina que alivie sus pesares.

No hubo opción siquiera de descorrer la cortina y soñar con un barrio vivo, de quitarse años de encima imaginando caras de vecinos que se fueron bajo los rojos antifaces que preceden al Señor de las Penas y la Virgen del Desconsuelo.

Y lo mismo ocurrió en la cercana collación de San Juan -templo de Amor y Remedios- otro territorio asolado por el paso del tiempo y las erráticas políticas urbanísticas de quienes apostaron por la expansión de la ciudad.  

Ese estado de letargo en el que se encuentra el alma de la ciudad es compartido ahora por barrios más populosos, como Federico Mayo o el polígono de San Benito.

Salud, Clemencia, Esperanza..., qué bien escogidas esas advocaciones para una nueva tarde de confinamiento en casa en la que se repiten como cuentas de un rosario los datos de contagiados, muertos y recuperados.

La pandemia invita más que nunca a adoptar una actitud de Humildad y Paciencia, a sentarse y meditar, a valorar realmente lo que se tiene y no aspirar a aquello que no se precisa.

En la plaza de las Angustias apenas han quedado las palomas y el monumento al aviador Durán González. No hay niños que jueguen en el parque infantil ni es necesario sortear los veladores para entrar en Doña Blanca.

El Cristo de la Defensión remontó las aguas del Guadalete para llegar a la Cartuja hace ya 225 años. En el convento de Capuchinos ha sonado el tañir de una campana.

Este martes no era día de fiesta ni laborable. El corazón de la ciudad nueva no late desde hace ya varias semanas y parece ahora hermanado en ese estado de hibernación con el alma de ese otro Jerez que añoran los mayores.

No hay contrastes en esta Semana Santa de silencios y vacíos imposibles de cubrir.

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