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Un gesto para Don Antonio

Antonio González Fernández era amigo de sus amigos entendía la vida y la de los suyos, con los que siempre se volcó, desde la honradez y la bondad

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  • Antonio González Fernández -

A alguien que quienes compartieron horas, días, meses y años con él, bien como compañeros, bien como alumnos, despiden con palabras tan rotundas, y tan salidas del corazón, como esas que han quedado escritas en las redes sociales que decían que "nos ha dejado un hombre bueno, risueño, sabio y una de las mejores personas que jamás he conocido y de quien más he aprendido" no se le puede dejar solo en la nostalgia de los recuerdos sino que merece que su nombre, don Antonio, quede perpetuado por siempre. Y ahí dejo trabajo por delante para la comunidad educativa de su lasaliano colegio de Mundo Nuevo para que su nombre quede en un patio, en un aula, en la biblioteca del centro escolar o en una calle de esa collación del barrio de San Miguel donde esa gran persona, que naciese hace 66 años en Larache y que llegase a nuestra ciudad a finales de los 60, ha dejado una huella que no se puede ni se debe borrar. Profesor, maestro por vocación se entregó a la causa como muy pocos son capaces de hacerlo. Tengo en la memoria esas llamadas al periódico para que le insertase fotos de esos premios de fin de curso que pasaban por el primer vuelo de los alumnos o aquellas otras para que los chavales de un determinado curso conociesen el proceso de elaboración de ese diario que se encontraban en los kioskos. Antonio González Fernández dio un testimonio de profesionalidad y de entrega absoluta a ese magisterio que realizó nada más abandonar las aulas del Alvar Núñez, en ese COU donde entablamos una amistad que afortunadamente se mantuvo en el tiempo.

Amigo de sus amigos entendía la vida y la de los suyos, con los que siempre se volcó, desde la honradez y la bondad. Antoñito, como le llamaba su madre cuando iba a su casa, allá en Santiago, era por encima de todo un hombre bueno, que tapaba la brillantez de sus conocimientos y de su hacer con una humildad que no era una falsa pose sino era su apuesta por una vivencia en la que supo granjearse la amistad de todos los que le rodearon bien en la calle, en las aulas o en el claustro. Cuando enfermó, hace ya algunos años, luchó por seguir unido a los suyos, incluso parecía haber ganado una batalla que nunca perdió porque se ha ido al lado de su mujer, de Africa, rodeado de sus hijos,  tranquilo y relajado como sin querer molestar, como jamás molestó a nadie. Se ha ido la persona, el amigo y nace la leyenda de un colegio que fue su segunda casa y donde su nombre, de una forma u otra, tiene que quedar presente. No olvidarse de ello todos los que habéis sentido su adiós prematuro.

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