Nuestro mundo tuvo un cambio notable después de la desaparición del comunismo. Este fracasó a pesar de ser un modelo principalmente social, por tratar de ser impuesto por la fuerza y porque quedaba en desventaja frente al capitalismo imperante en el resto del mundo. Había triunfado por lo tanto el sistema que hoy conocemos. Como parecía el único sistema posible, se decidió darle rienda suelta, confiando en que por sí mismo solucionaría todos los problemas del planeta. No ha sido así. Pero la crisis ha traído una re-evolución.
Las leyes empiezan a favorecer un neoliberalismo desbocado que basa su funcionamiento en un crecer infinitamente, como motor principal para que el sistema funcione. No contento con eso, se desarrolla la ingeniería financiera, basada totalmente en la especulación, conocida últimamente como “los mercados”, que en ficticio mueve más dinero que la propia productividad, que se supone debería ser el motor principal del capitalismo.
Pero tres grandes problemas, entre otros, se ciernen sobre este sistema. Primero, no se puede crecer infinitamente en un medio finito. Segundo, la riqueza se concentra a niveles exagerados en muy pocas personas, que a su vez se convierten en manipuladores del medio para favorecer sus intereses, y por otra parte existe una gran mayoría de personas en el mundo por debajo del umbral de la pobreza. Tercero, cuando hay una saturación o exceso de los mercados, se produce una crisis, siendo éstas cada vez más globales y más grandes, con sus consecuencias devastadoras. Ejemplo de ello es la que estamos padeciendo desde el año 2007. La crisis produce el descalabro económico de miles de personas, pero sigue favoreciendo a los que más tienen.
En nuestro país esta última crisis ha producido verdaderos dramas personales, pero lo peor es la duración que está teniendo, ya que lleva a demasiadas personas a la exclusión social y a los jóvenes a tener que emigrar.
Uno se pregunta cuál es la solución. Según la mayoría de los economistas y de los gobiernos actuales la salida pasa por poner medidas que sigan potenciando el mismo modelo como única forma de arreglar la situación y salir de la crisis. Y es posible que salgamos del aprieto, como en otras ocasiones, pero sólo habrá que esperar un periodo de tiempo para un nuevo abismo y seguramente será peor que éste. Aun así lo que me llama la atención es que mucha gente no vive la crisis, mientras que otros no parecen salir nunca de ella.
A todo esto, hará ya casi una década, un grupo de empresarios se empieza a plantear otra forma de hacer. Se reúnen y empiezan a reflexionar y llegan a la conclusión de que con sólo cambiar un simple parámetro se le puede “dar la vuelta a la tortilla”.
Deciden que el beneficio económico de la empresa deje de ser la meta principal, algo inaudito en este sistema, para poner como fin principal el Bien Común. El 10 de octubre de 2010 nace el balance del bien Común. Una herramienta para medir la nueva finalidad de la empresa. Christian Felber, impulsor de la idea, escribe el libro “La economía del bien común”, donde se profundiza y se propone una verdadera alternativa al sistema actual.
El beneficio, motor actual del sistema capitalista, no ha servido para solucionar las desigualdades existentes, sino que contribuye a aumentarlas. Ha creado inseguridad a las pequeñas y medianas empresas, a los trabajadores, ha desarrollado el miedo, la desconfianza. Está neutralizando las democracias (grupos de presión, puertas giratorias…). Si una empresa aumenta sus beneficios, no nos indica nada de cómo los obtiene: si utiliza niños en países en desarrollo o si contamina allí donde las leyes más débiles se lo permiten.
La economía del bien común quiere recuperar el sentido de la vida: favorecer las relaciones humanas, que vuelva la confianza, la honestidad, la fraternidad, la colaboración, etc. en las empresas, como ejes que permiten que florezcan nuestras relaciones. Algo innato en el ser humano y que nos aporta felicidad, pero que el sistema actual ha puesto en detrimento canjeándolo por la competencia brutal, la lucha por estar encima de otros, el menosprecio a la sostenibilidad, el miedo, etc.
El movimiento recibe muchos apoyos. El cambio que se está gestando es ya imparable.