Darwin sería un espectador apasionado: nuestra especie, la humana, está prescindiendo del protagonismo de sus miembros y empieza a funcionar a la manera de una máquina sin singularidades relevantes. En un proceso estrictamente evolutivo, el ejemplar individual se ha convertido en un obstáculo, pues los prejuicios que posee sobre su trascendencia le generan dudas que afectan a la capacidad de respuesta y, por tanto, a la eficacia biológica del conjunto de la especie.
Para controlarlo, y eliminar sus estridencias, además de a otros medios más directos, se acude al expediente de convertir lo privado en público, divulgándolo a través los medios de comunicación desde los más clásicos hasta los que trabajan por la "red". Un ser que no tiene nada que ocultar se vulgariza, se hace exactamente igual que los demás, y ya no hay nada interesante que contar sobre él. Cuando todo es público, la historia individual desaparece sustituida por la del ser colectivo del que formamos parte.
Los instrumentos de comunicación sirven para mostrar las debilidades de todos y cada uno de nosotros, es decir, nos hacen iguales. La soberbia no tendría posibilidad de manifestarse, pues el que destaque será perseguido por la nueva y eficaz forma de Inquisición que son los “medios”. La personalidad de todos y cada uno de los seres humanos, por muy brillantes y superdotados que pretendieran ser, presenta zonas oscuras que los rebajan al nivel de la inmensa mayoría, sólo hay que saber encontrarlas. Para facilitarlo, se legitima la búsqueda de la información, pura actividad de espionaje al fin y al cabo, y la comunicación de lo descubierto a los demás.
Actualmente, bajo la coartada del carácter preferente de la libertad de información, podemos observar la presencia de “cuerpos de policía” paralelos, a la manera de los hermanos de la antigua Inquisición. Son los grupos de investigación de los medios, que partiendo de la relevancia de sus descubrimientos, lo que legitima su trabajo frente a los tribunales de justicia, se atreven a escudriñar de manera generalizada las vidas ajenas, sobre todo las que pueden interesar morbosamente a los demás.
Nuestra intimidad deja de existir desde el mismo momento en que cualquiera de sus aspectos pueda atraer al público. En su tiempo, la Inquisición actuaba chapuceramente mediante delatores que espiaban a través de las ventanas. Hoy día, la tecnología permite acceder a la más oculta de las relaciones personales, conversaciones y deseos sexuales. Si quieren cogerte, te investigarán hasta el final. Si no encuentran nada, después de revisar tu vida de arriba abajo buscarán los datos que pudieran avergonzar a tu pareja. Si tampoco, los trapos sucios de tu familia.
Al final, viviremos integrados en una máquina perfecta, la de nuestra especie. Funcionará sin otras alteraciones que las derivadas de las exigencias del medio; la medicina conseguirá eliminar la angustia, enfermedad propia de la soledad individual. Los antiguos hombres, adormecidos con sueños convenientemente programados, con una sexualidad libre, pero banal en cuanto carecerá de idealismo patológico, y sometidos a las reparaciones que fuesen necesarias, dejarán de constituir un obstáculo para la eficiencia. Ahora sí podremos hacernos dueños de las estrellas y de la eternidad, los robot aspiran a la inmortalidad.(Plácido Fernández Viagas es autor del libro Inquisidores 2.0, editorial Almuzara).