Nuestra sanidad es bastante efectiva para detectar enfermedades, y tratarlas, sin tener nada que envidiar a la de los países de mayor desarrollo (por ello, me parecen populistas y poco fundamentadas esas campañas de ayuda para operar a un niño en el extranjero, cuando aquí existen unos servicios de cirugía excelentes); sin embargo, con respecto a la relación de la sanidad con el nivel de salud de los ciudadanos pienso que debemos dar un gran cambio si queremos, por un lado, que el Sistema de Salud sea sostenible; y, por otro, que los ciudadanos consigamos vivir de forma más plena.
La asistencia primaria, aquella de primer contacto entre paciente y médico cuando uno se encuentra mal, le duele algo o su cuerpo no funciona bien, precisa de cambios en su concepción tanto diagnóstica como terapéutica.
En algunos casos el paciente asiste a su médico de atención primaria (médico de familia o de cabecera) y no es atendido de la mejor forma, entre otras cosas por la falta de tiempo, y el médico se ve abocado a utilizar medidas rápidas y simples como recetar fármacos, solicitar algunas pruebas complementarias o derivar al médico especialista.
Cuando llega al especialista (traumatólogo, cardiólogo, reumatólogo, neurólogo, etc.,) éste descartará que exista patología correspondiente a cada área sin valorar el estado de salud de la persona en general, y se solicitan más exploraciones complementarias (radiografías, resonancias, TACs, Analíticas sanguíneas, etc,) sin pararse a escuchar al paciente sobre algo tan básico como saber qué le ocurre, qué síntomas tiene, desde cuándo, como se inició y el resto de preguntas y exploraciones que son el primer paso imprescindible para atender a las personas que se encuentran mal y que constituyen la necesaria relación paciente-médico, que no puede ser sustituida por la de paciente-prueba.
Este déficit de atención en el nivel básico ocasiona casos paradójicos de pacientes que han tenido un buen nivel de salud y que tras un sobreesfuerzo, pequeño traumatismo o situación de excesiva tensión, se encuentran mal y acuden a diversos médicos, que, sin opción para que el paciente cuente su historia clínica le bombardean a exploraciones complementarias con diferentes resultados que hay que interpretar en su contexto clínico.
Este curso provoca que, a un mismo paciente, un especialista le diga que no tiene importancia lo suyo y otro que lo quiere operar, guiados por los resultados de las exploraciones complementarias; y en otros, los pacientes son muy bien diagnosticados y tratados en su sistema digestivo, en su sistema nervioso, en su sistema cardiovascular, etc.., pero no mejoran, siguen con dolor y limitaciones, es decir que no tienen un buen nivel de salud, ya que persisten sus síntomas.
Debido al estilo de vida occidental, que ha conseguido una alta disponibilidad de alimentos sin necesidad de esfuerzo, un consumo excesivo de remedios ante la mínima contrariedad y una justificación mediante una nueva patología a un estado o situación adversa (síndrome postvacacional, déficit de atención, síndrome del quemado, astenia primaveral, etc,) estamos confundiendo las contrariedades de la vida con las enfermedades.
Esta pasividad nos hace débiles y dificulta el desarrollo de nuestras facultades adaptativas y de defensa contra las adversidades que siempre tiene la vida. A ello se suma que nos catalogan de enfermos con mucha facilidad: usted tiene artrosis, reúma, la columna desviada, el apoyo plantar alterado o los huesos muy desgastados (todos lo tenemos en alguna medida pasando de los 35 años).
Es decir, el excesivo consumo de recursos sanitarios ante contrariedades desde edades tempranas y la poca participación y compromiso del paciente en el fomento de su nivel de salud está generando personas irresponsables, débiles y con poca capacidad de respuesta para superar estímulos negativos. Muchas de las cuales viven mal porque se sienten enfermos; y, tras muchas visitas a médicos y exploraciones realizadas, no mejoran porque les falta el vigor físico y mental, que no le han permitido o no han querido desarrollar.