Decía George Orwell que “el lenguaje político está diseñado para que el homicidio resulte respetable”. Con esta inconfesable finalidad los políticos han ido introduciendo en el discurso una serie de términos que por su vaguedad, indefinición y polisemia permiten interpretaciones diversas según el contexto del receptor, aunque siempre con connotaciones positivas.
Suelen ser palabras ampulosas, genéricas y a menudo esdrújulas que remiten a grandes conceptos y por tanto dejan amplio margen para su concreción en la acción política. Términos como libertad, sostenibilidad, regeneración, transparencia o incluso democracia han sido tan repetidos y con tan variados sentidos que casi han perdido significado. Estas son las que Álex Grijelmo denomina “palabras grandes” y que vienen a cumplir la función política que Noam Chomsky definió como “estrategia de la distracción”.
En el lenguaje codificado por la “nueva política” hay muchos términos que viene a cumplir esa función de buscar la complacencia del oyente o lector sin llegar a decir nada concreto y comprometedor. Entre estos términos de moda, y por tanto con fecha de caducidad, uno de los que más éxito está teniendo es el de “participación”, ya que connota una acción de gobierno abierta a la ciudadanía con la que nadie puede estar en desacuerdo. El problema es que su abuso está haciendo que pierda el significado originario y se esté convirtiendo en una de esas palabras-trampa que todo el mundo usa cuando no quiere -o no sabe- decir nada.
La actual corporación municipal de Sevilla está haciendo un amplio uso de los procesos de “participación” en ámbitos como la cultura, las zonas verdes, los veladores, el urbanismo o la movilidad. En este último terreno incluso se ha creado una llamada Mesa de Movilidad, como órgano consultivo para ofrecer un foro participativo donde la sociedad civil opine sobre los muchos problemas que tiene nuestra ciudad en materia de tráfico, transporte, accesibilidad, zonas peatonales, aparcamientos, etc.
Esta Mesa arrancó con grandes prisas un 31 de julio, presidida por el alcalde y dinamizada por el delegado de Seguridad, Movilidad y Fiestas Mayores. A pesar de la inoportuna fecha, a esa primera convocatoria asistieron representantes de consumidores, ecologistas, ampas, taxistas, ciclistas, concesionarios de parking, comerciantes, sindicatos, empresarios, hoteleros, personas con diversidad funcional, alumnos universitarios y asociaciones de vecinos, además de técnicos municipales y portavoces de los grupos políticos. En esa sesión constitutiva, el alcalde prometió que en septiembre iniciaría sus trabajos, definiendo en primer lugar la agenda y la metodología. Una vez transcurridos seis meses, la Mesa no ha arrancado ni ha vuelto a reunirse.
Y mientras tanto, el Ayuntamiento ha ido tomando decisiones importantes sobre movilidad sin consulta alguna a los sevillanos. Por ejemplo, se ha decidido recuperar las cámaras del Plan Centro, suprimir la zona azul de Pirotecnia, reordenar el entorno de la Torre Pelli, renovar paradas de Tussam, abrir aparcamientos en superficie en el Valle y el Equipo Quirúrgico, descartar el puente de La Cartuja, convertir Santa Justa en un intercambiador, diseñar itinerarios ciclistas por el Centro, regular la carga y descarga, construir un parking subterráneo en el entorno de Torneo, recuperar la Oficina de la Bicicleta, conectar Blas Infante con La Cartuja mediante Buses de Tránsito Rápido e incluso peatonalizar parte de la calle Baños.
Sin entrar a valorar la idoneidad de estas medidas, lo que sí resulta evidente es que su adopción no ha sido participada. Mientras se apela a la participación ciudadana, el ciclo de toma de decisiones suele seguir la vieja secuencia: decisión política - propuesta técnica -noticia a los medios- valoración de reacciones. Y mientras esta distancia abismal entre las palabras y los hechos siga, resultará difícil para nuestros políticos alcanzar un poco de credibilidad. Porque frente a estas estrategias de la distracción, los ciudadanos suelen aplicar aquel realista principio evangélico que dice “dad crédito a las obras, no a las palabras”.