La propuesta de intervención en las Atarazanas es reflejo de la confluencia de dos impulsos. El primero, referido al paso del tiempo; el segundo tiene que ver con la relación entre el edificio y la ciudad. Ambas cuestiones se conectan y se explican por sí mismas.
Entendemos el paso del tiempo como un fenómeno irrepetible e irrecuperable. El monumento, y en Sevilla esta idea alcanza categoría de paradigma, no es testimonio de una única época, sino el testimonio de toda la Historia. Los monumentos de Sevilla han tenido y tienen muchos tiempos sucesivos. Y en esta consecuencia de construirse a lo largo de distintas épocas, identificando su proceso de construcción con la propia evolución de la ciudad, está implícito el hecho de aceptar como valor singular la presencia de todos los estratos de valor que las distintas culturas han ido depositando en el edificio.
Por otra parte, un monumento no puede ser considerado como un objeto aislado o un artefacto introvertido y ensimismado, sino que es un elemento principal y constituyente de la ciudad. Un elemento activo que forma parte sustancial del tejido urbano. De la historia urbana. Estudiar las relaciones entre edificio y ciudad es una manera de entender ambos hechos de forma complementaria. Ciudad y monumento han mantenido siempre una prolífica relación de convivencia y de yuxtaposición. Y es ésta intensa relación la que define el proceso de construcción urbana de Sevilla a lo largo de los siglos.
Las Atarazanas constituyen, sin duda alguna, el espacio civil más imponente de la ciudad. Probablemente no exista en Sevilla otro espacio interior más solemne, áulico y, al mismo tiempo, desconocido que el que constituyen las viejas atarazanas, adosadas a un fragmento de la muralla islámica.
Nuestro proyecto asume el carácter histórico de los aterramientos, que desde los inicios del XVI se fueron acumulando dentro de este espacio hasta alcanzar la cota actual en respuesta a la evolución y transformación de la ciudad. Los sucesivos estratos que sepultaron los arranques de los arcos cinco metros más abajo de la cota actual no restan un ápice en la memorable percepción de este espacio intenso y emocionante. Por el contrario, lo singularizan, convirtiéndose en un elemento diferencial.
Este espacio interior, fluido y continuo, acotado por líneas paralelas de robustos arcos deprimidos que cobijan pesadas bóvedas de ladrillo o frágiles cubiertas de vidrio, dota al edificio histórico de múltiples perspectivas de arcos que llevan los unos hacia los otros, constituyendo un espacio inconmensurable e infinito, único. La continuidad del espacio y la coincidencia de su cota con la propia de la calle ofrece el principal potencial del monumento y explica cuál debe ser la relación del edificio con la ciudad.
Su ubicación es privilegiada: en el barrio del Arenal, a mitad de camino entre el río y el conjunto monumental de la Catedral, el Archivo de Indias y el Alcázar. La calle Dos de Mayo, paralela a las naves de las Atarazanas, discurre desde el Guadalquivir buscando el Postigo del Aceite. A un lado, las Atarazanas; al fondo, la Catedral y la Giralda como final de perspectiva de la calle.
El proyecto del Centro Cultural Atarazanas se desarrolla a partir de la consideración conjunta de todos estos factores, fruto de la historia, a los que, evidentemente, habría de incorporarse el futuro programa de usos.
En los tiempos actuales, en los que se está produciendo una sustracción implacable de los espacios públicos debido a la privatización, mercantilización o al uso inadecuado de los mismos, el Centro Cultural Atarazanas bien podría representar una magnífica oportunidad para ofrecer a Sevilla una ágora cultural cubierta: la Plaza Atarazanas, un gran espacio cultural polivalente. Su vocación es convertirse en un punto de encuentro y de relación de todos los ciudadanos con el mundo del arte, la cultura y el conocimiento.
Por ello, nuestra propuesta plantea resolver el resto del programa del Centro Cultural en los espacios disponibles del nivel superior del edificio, a fin de mantener intacto el espacio existente de planta baja y, en paralelo, abrir este magnífico espacio a la ciudad a través de la fachada a la calle Dos de Mayo, intensificando así la relación entre el Centro Cultural y la ciudad. Entre la cultura y la vida civil de Sevilla.
La soberbia e inesperada presencia de la Catedral y la Giralda desde las cotas altas de las Atarazanas ha condicionado algunas de las decisiones que han afectado a la organización general del proyecto, como ha sido la localización del vestíbulo transversal que permite el registro de todas las construcciones en planta alta, el acceso a las cubiertas horizontales o la ubicación de la cafetería/ restaurante. Un nuevo activo que viene a sumarse a los ya indiscutibles valores arquitectónicos propios del edificio.
La intervención se ha diseñado desde el respeto y la puesta en valor integral del edificio existente, tratando de acomodar el programa del Centro Cultural en aquellos espacios disponibles de planta alta, hoy en un estado avanzado de degradación, deterioro y ruina, incluyendo también los vacíos y espacios de menor entidad, y recualificando aquellos otros sin valor arquitectónico, constructivo o histórico con el objetivo de alcanzar una rehabilitación integral y de gran calidad para todo el conjunto construido.
El nuevo espacio del vestíbulo que contiene el núcleo principal de comunicación vertical (ascensores y escaleras) se localiza en el gran vacío existente a fin de no afectar a la integridad de las bóvedas o arquerías. Por tanto, no hay ni un solo elemento demolido, ni un solo elemento desmontado. En esta misma línea de actuación, en planta baja la propuesta contempla la restauración y rehabilitación integral de las arquerías medievales, las bóvedas del siglo XVIII y sus cubiertas metálicas, dotando al recinto del equipamiento técnico necesario para convertir este espléndido lugar en un activo espacio cultural polivalente. Otros recintos destinados a la logística, librería, accesos a planta alta, administración y al centro de interpretación del monumento complementan los servicios necesarios para el correcto funcionamiento del Centro Cultural Atarazanas.
En la planta superior se ubican las salas de exposiciones, los espacios de actividad polivalente, los talleres culturales y salas de proyecciones, que se acomodan con naturalidad en la antigua Sala de Armas o en los deteriorados almacenes de Artillería, construidos a partir del siglo XVIII sobre las hermosas bóvedas de aristas de la planta inferior. También se reconstruyen y completan las cubiertas inclinadas, buscando, en un ejercicio de contención y respeto, pasar inadvertidas en la configuración final del edificio intervenido.
A pesar del efecto favorable del relleno existente, que desarrolla una acción equilibrante y contribuye, de forma inequívoca, a la estabilidad estructural del conjunto, las patologías observadas en las bóvedas, las anomalías no estabilizadas que presenta el sistema estructural de las Atarazanas y la entrada en uso del edificio obligan al recalce de las estructuras existentes. Se trata de una intervención precisa, medida y reversible, que asegurará para el futuro la estabilidad estructural del monumento.
Por otra parte, la propuesta no se reduce sólo a la preservación del edificio, sino que logra su incorporación al actual ciclo de vida de la ciudad con una reutilización contemporánea: creando un nuevo contenedor cultural, que va a suponer, sin duda, la reactivación del barrio del Arenal y, a la vez, facilitará la deseada aproximación del conjunto monumental de la ciudad con el río, generando e integrando de esta manera los nuevos flujos culturales, turísticos y económicos en el paisaje histórico del centro urbano.
En definitiva, la propuesta considera el edificio de las Atarazanas como una yuxtaposición de estratos históricos, el resultado natural de la superposición de distintas culturas en un mismo lugar, respondiendo, de esta manera, a la complejidad del verdadero discurso de la Historia. El proyecto asume esta complejidad y se distancia de esa actitud reduccionista que busca fosilizar la historia anclándola en un único momento temporal, lo que impediría que el monumento pueda seguir vivo e incorporar las necesarias aportaciones de valor arquitectónico.