Son casi 100.000 mujeres en España, trabajadoras que componen un colectivo prácticamente invisible a pesar de la importancia de su labor para el éxito del pujante sector turístico.
Las camareras de piso trabajan en la sombra y hacen posible que nuestra habitación de hotel o apartamento de alquiler, cada vez que abramos su puerta, sea el espacio agradable y limpio que asegura nuestro bienestar como turista.
Son esas mujeres que uno suele cruzarse en los pasillos, apresuradas y silenciosas en el desarrollo de un trabajo que acaba siendo uno de los servicios mejor valorados en las encuestas turísticas.
Pues bien, estas trabajadoras representan hoy uno de los colectivos laborales donde mejor se percibe cómo la conocida crisis económica ha acabado por derivar en una precarización sistemática de las condiciones de trabajo y la consolidación de una suerte de estado de excepción laboral.
El sector turístico presenta magníficos datos en todos los indicadores -número de visitantes, pernoctaciones, establecimientos, grado de ocupación, etc- excepto en el del empleo. El poco empleo nuevo que se genera es de tan baja calidad -en cuanto a duración, jornada o salario- que no debiera servir para tanto discurso triunfalista por parte del conjunto de administraciones.
En el caso de las camareras de piso, que componen aproximadamente un 30% del empleo hotelero, el mapa de las condiciones laborales es vergonzoso. Así, las cargas de trabajo han venido incrementándose a la par que grandes cadenas hoteleras españolas -hoy ya referencias internacionales- subcontrataban el servicio a empresas que en muchos casos forman parte del mismo grupo empresarial.
Esto ha supuesto la destrucción de miles de empleos estables para su transformación en contratos temporales vía empresas multiservicios o de trabajo temporal. Hoy, es de lo más normal que una camarera de piso esté contratada de esta manera con contratos a tiempo parcial que acaban extendiendose durante horas y horas.
Este ritmo frenético, la sobrecarga de tareas y la falta de prevención de riesgos laborales que sufren a diario conllevan una constatada proliferación de lesiones músculo-esqueléticas, así como cuadros permanentes de estrés y depresión.
Resulta recomendable la lectura de “Las que limpian los hoteles”, el libro que ha escrito Ernest Cañada con muchas historias personales que no pretenden sino sacar de la invisibilidad a este colectivo.
Estas prácticas laborales no son el signo de los tiempos, sino la fórmula que utilizan las empresas del sector para ahorrarse en torno a un 40% del coste salarial que debiera suponer contar con plantillas estables y con derechos adquiridos por la vía de la negociación colectiva.
Las reformas laborales no han servido para crear empleo, sino para deteriorar las condiciones de buena parte del que queda y restringir la democracia en miles de centros de trabajo de este país.
Sevilla pretende incrementar la aportación del sector turístico a la estructura económica, las estadísticas presentan un panorama de lo más halagüeño, pero no se trata sólo de promocionar más y mejor el producto turístico del que dependen decenas de miles de empresas y trabajadoras.
Las administraciones debieran poner su atención también en que la riqueza que genera el turismo revirtiera más y mejor en el conjunto del territorio, empezando por garantizar que el empleo del sector sea, como mínimo, estable y con derechos.
Las camareras de piso van a seguir recorriendo silenciosas los pasillos de nuestros hoteles, a la espera de entrar en las habitaciones para dejarlas al nivel que exige un turismo de calidad. Es de justicia que no se dejen la salud en ello.