Un superviviente de Hiroshima lleva los últimos 20 años de su vida llamando a números de teléfono en busca de las familias de 12 prisioneros de guerra estadounidenses que fallecieron el 6 de agosto de 1945, el día en el que Estados Unidos arrojó la bomba sobre esta localidad japonesa.
Se llama Shigeaki Mori, tiene 77 años, es historiador y de haber conocido antes la existencia de prisioneros norteamericanos en Hiroshima, habría comenzado a llamar más pronto. No se enteró hasta que Washington desclasificó los documentos que así lo demostraban durante la década de los setenta.
Hasta entonces, muchas familias norteamericanas desconocían qué había sucedido con los prisioneros durante el enfrentamiento contra Japón en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Los nombres llegaron a manos de un profesor universitario, Satoru Ubuki, quien a su vez los puso en conocimiento de Mori.
Mori tenía un problema: solo contaba con los apellidos de las víctimas, pero eso no minó su voluntad y resolvió actuar a la tremenda. Armado con una guía de teléfonos y acompañado de un intérprete, Mori llamó una por una a todas las familias estadounidenses que compartían el teléfono de los fallecidos.
"Tardé tres años en encontrar a una", reconoce el historiador. "Llevo dos décadas. No puedo recordar a cuánta gente he llamado".
Sin embargo, la labor de Mori ha sido exitosa porque hasta ahora ha conseguido ponerse en contacto con 11 familias, pero no piensa detenerse aquí: su objetivo es ahora la identificación de los prisioneros británicos y holandeses no solo fallecidos en el bombardeo de Hiroshima, sino en el de Nagasaki, tres días después.
Mori saca ánimos de las imágenes de los prisioneros estadounidenses que acoge el Memorial de la Paz de Hiroshima, donde sus fotos acompañan a las del resto de fallecidos para recordar que las bombas no conocen raza ni nacionalidad, y con ánimo de respetar el alma de los fallecidos, para que sean recordados con el paso del tiempo. "Solo me limité a hacer lo que las familias querían, pero no sabían hacer", explica Mori, uno de últimos 'hibakusha', los supervivientes de Hiroshima.
HIROSHIMA EN PRIMERA PERSONA
Mori tenía ocho años de edad el día que cayó la bomba cuando se dirigía a una escuela veraniega. "Estaba paseando por un puente cuando recibí el impacto de una gigantesca onda expansiva y sentí una explosión en el cielo. Salí despedido del puente y caí en el río", recuerda Mori. Su caída le salvó la vida. Otra persona que se encontraba en el mismo puente murió calcinada.
"Cuando me desperté no podía ni verme los dedos de las manos", declaró Mori, que describe una mañana literalmente "negra". Su primer contacto con otro ser humano ocurrió momentos después: una mujer "que sujetaba entre las manos algo blanco... tardé en descubrir que eran sus vísceras".
Más de 140.000 ciudadanos de Hiroshima estaban muertos a final de año, bien por el impacto de la bomba o por la radiación posterior. Se trataba de casi la mitad de la población de la localidad japonesa.
Durante los años posteriores la sociedad nipona repudió a los supervivientes. Los 'hibakusha' fueron marginados durante el periodo de reconstrucción, acusados de "perezosos" por su inactividad --derivada en realidad del baño de radiación que recibieron-- y apartados de la práctica tradicional del cortejo.
Mori, de hecho, está casado con otra 'hibakusha' --cantante y pianista clásica--, y tienen dos hijos. Sin embargo, el historiador todavía padece los efectos de la radiación: no puede volar largas distancias por padecer problemas cardíacos y de riñón.
"Deberíamos aprender de la pérdida que representa Hiroshima. Los conflictos no arrojan más que sufrimiento", afirma Mori, quien ya no alberga deseos de venganza hacia EEUU. "Es una sensación más compleja", matiza el historiador, debido a la ayuda económica y material aportada por Washington tras el bombardeo.