Con el aval del premio internacional
José Zorrilla, ve la luz
Barras de luna (Algaida. Sevilla, 2021), segundo poemario de Ana Vega Burgos.
Advierte Raquel Lanseros en su prefacio de que “un viejo bar de jazz que congregaba personajes variopintos y pintorescos se vertebra como el escenario por el que discurre la memoria…” de la autora, quien ahora contempla como la melodía juvenil de un espacio su ayer se ha convertido en una carnicería “donde hoy día se despieza la carne y los parroquianos acuden a comprar su alimento”.
Así pues, nada queda casi ya de lo que fue aliento y embeleso mnémicos, tan sólo la palabra encendida que reescribe la nostalgia del saxo, la magia de la noche, el hielo entre los besos, la boca en cada nota…: “Eran tiempos de noches tachonadas de neones./ A veces te miraba/ y brillaba tu piel como si de repente/ una lluvia de trozos de cristal te mojara (…) Y sin embargo, ahora/ que ya se fundió el tiempo de las noches de bar/ y el carmín de tus labios dura siempre,/ me encuentro con tus ojos en el fondo de cada/ billete, vaso, luna,/ y sé que me nostalgias atrapada en tus hilos/ de reina despojada”.
Bajo el candor y el calor de los protagonistas de aquellos instantes -Ramón el camarero, Greta l
a Negra, Charlie el encantador…- hay una poesía intensa, que fluye sin pausa, mas con la serena sabiduría de quien va desgranando de manera solidaria los soles y las sombras, las pasiones y los desencantos de lo humano. Porque la autora cordobesa es capaz de ahondar en las esquinas del alma y desentrañar con lírico verbo lo imperceptible y lo diáfano. Su verso se derrama, se hace elástico, abarcador de un universo imborrable, que sin embargo araña la piel porque al alba hay una luz distante que no alumbra como los días que tantas veces fueron batalla, fuga, deseo…: “Llegas como un arpegio entre las hojas húmedas,/ como una sierpe lánguida con un baño de plata./ Me persiguen tu voz,/ y tu piel,/ y tus labios./ Te me enredas al pelo como un viento sin nombre”.
Abrochado a un canto único, circular, y detrás de ese tono instintivo del que Ana Vega Burgos hace gala durante buena parte del conjunto, se dejan entrever otros temas tan universales como el amor o la muerte, como el paso inexorable del tiempo o la íntima reflexión sobre un yo que se hace multiplicidad identitaria. Pues detrás del espejo que “te mira absorta y triste”, hay un espacio de honda soledad, de incansable melancolía, por donde aún asoman los rostros, resuenan las copas, retumban las canciones… de los que fueron, una vez y otra, protagonistas de esta bella y lírica historia: “Esta noche de sábado no debe acabar nunca. Si hay bares en la luna, subiremos/ para la última ronda, o la penúltima./ Antes de que Ramón nos desaloje/ me retocaré el rímel. Ve delante,/ espérame en la barra de la luna”.