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Desde el campanario

El sueño no cuenta

Los amigos de la infancia son un manadero infalible de afecto eterno cuya encomienda de consumo se envasa sin fecha de caducidad

Publicado: 01/12/2024 ·
16:01
· Actualizado: 01/12/2024 · 16:01
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Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Cuando los años se acumulan inadvertidamente y la vida transgrede dos tercios de la longevidad previsible no hay mejor bálsamo para la reconciliación anímica que el encuentro bienaventurado con los testigos ciertos de tu infancia y juventud. Aquellos amigos perpetuos; gregarios insobornables y adversarios coléricos de favores interesados y simulación hipócrita. Escuadra protectora de soledades adolescentes y blindaje moral de frustraciones sentimentales, cuando el corazón manda sobre la razón, y las decisiones fluyen bajo la determinación instintiva del candor pueril.

Los amigos de la infancia son un manadero infalible de afecto eterno cuya encomienda de consumo se envasa sin fecha de caducidad. La vida, ese trayecto incierto de colofón anónimo, nos manipula a su antojo en su devenir y nos separa, casi siempre misteriosamente, de aquellos que participaron en los momentos trascendentes de nuestra existencia. Camaradas de un viaje irrepetible donde los recuerdos quedan custodiados perpetuamente bajo el manto protector del corazón agradecido: refugio acorazado de la inevitable erosión cronológica.


Los amigos de la infancia son además notarios de un tiempo pasado donde los olvidos corroídos por la degeneración orgánica asoman ya borrosos a las orillas del subconsciente. Ellos, uno por uno, aportan las piezas del puzle necesarias para volver a contemplar en su plenitud aquel paisaje difuso, reconstruir esa fotografía raspada, o rememorar ese momento de frenesí nervioso tras el roce sensual de unos labios inexplorados. Con ellos descubrí que, en la vida plena, solo cuentan los momentos importantes. Sobre todo, los momentos de felicidad. Lo demás son años funcionales que no merecen la pena. En realidad, cualquiera de nosotros muere con mucha menos edad de la que dice el almanaque. La verdadera existencia es la que suman las ocasiones inolvidables, positivas y felices. Los traumas y los desengaños solo son socavones soterrados. Por supuesto el sueño tampoco cuenta.


Los amigos de la infancia no se ven, pero están. Y por eso, por consumar que se puede contar con ellos siempre que el alma solicite compañía excepcional, yo quise gozar de su calor y acudí a la cita. Una cita demorada en exceso, pero recibida con toda la ilusión que uno aún es capaz de conservar a pesar de los lustros. Estuve y comprobé admirado que mi capacidad de asombro sigue intacta. ¡Volví a ser niño durante unas horas! Lo sospechaba, pero quería asegurarme. Nada me defraudó. Ni el deje de algunos provocado por la prolongada ausencia del suelo natal. Ni la presencia de gafas paliativas de ojos fatigados. Ni las huellas de la experiencia acumulada en el fondo de las miradas. Ni siquiera los inevitables cambios anatómicos provocados por el impasible paso del tiempo. Es normal; sesenta años después dan para mucho.

Si acaso algo me contrarió fue lo efímero del encuentro. ¡Cómo discurren las horas cuando hay tanto que compartir! Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno. De acuerdo. Puestos a tirar de refranero valga que sea; pero esto es reversible. La perspectiva notoria de una próxima cita en el horizonte cercano alivia el poso áspero de la despedida indeseada.

Quizás alguien juzgue con escepticismo la veracidad de estas palabras sinceras. Es posible. En ese caso yo sugiero poner en práctica la experiencia narrada. En un sencillo ejercicio de regresión cíclica, explora en tu memoria. Bucea en aquellas primeras brazadas bajo el puente Lavadera. Escudriña aquellas tardes de cine infantil. Busca aquella canción arrumbada por los rincones de tu alma. Rememora la intentona frustrada de unirte al movimiento hippy. Recuerda aquella inolvidable noche de guateque y busca las caras de los que recorrieron contigo de la mano ese camino. Localízalos y queda con ellos. Cuando todo acabe seguirás teniendo el mismo contrato con el calendario, pero habrás renovado tu alma y te sentirás inflado de optimismo. Yo lo hice recientemente y ya sueño con la próxima.

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