El poeta, ensayista y traductor Antonio Rivero Taravillo, autor de "Cirlot. Ser y no ser de un poeta único", biografía ganadora del Premio Antonio Domínguez Ortiz, ha dicho a Efe que Juan Eduardo Cirlot fue "trágico, oscuro y abisal", con motivo de la publicación de esta obra, en su centenario.
Rivero ha elegido ese título para la biografía porque "Cirlot es un iceberg del que se conocía su parte emergente como crítico de arte y como autor del 'Diccionario de los símbolos'", la parte que escondía al poeta, un poeta único", autor de una poesía dotada de "una fuerza abisal, que sale de su propio infierno".
"Fue siempre un hombre torturado por conflictos insolubles, los de alguien que se sintió arrojado a un mundo que no le pertenecía, que vivió con una sensación de exilio, como si sintiera que había otro mundo distinto y paralelo", según Rivero, quien ha añadido que esa sensación llevó al poeta "al cultivo en su poesía de temas y formas inusitadas, vírgenes, en nuestra tradición".
Esos "conflictos insolubles" le llevaron a definirse como "ahumano" en su correspondencia, una de las fuentes consultadas por Rivero y que incluye cartas a Dámaso Alonso, Aleixandre, Gimferrer, la poeta venezolana Jean Aristeguieta y, entre otros, Carlos Edmundo de Ory, en cuyo archivo halló Rivero un poema perdido de Cirlot.
Según Rivero, Cirlot tuvo "un enorme vivero de motivos poéticos" en el conflicto de querer tener fe y, en el fondo, saber que no creía; "de ahí surge una tensión y un gusto por otras épocas y culturas perdidas", que igualmente le llevaría a coleccionar espadas entre otras armas blancas antiguas y a su "engarce con la simbología".
"Fue más un poeta de Barcelona que un poeta catalán; la identidad catalana y española le traían al fresco; le interesaban autores extranjeros como Nerval, Poe y Blake, y los poetas que cultivan lo visionario y una poesía que revela", por lo que se impregnó de la tradición germánica y céltica, de la poesía medieval que juega con la fonética y la aliteración.
Al final de su vida, ya en los setenta, escribió unos poemas en catalán que, al no ser publicados, decidió destruir -se han salvado algunos fragmentos en el archivo de Joan Perucho-, ya que "Cirlot destruyó mucho" de lo que escribió, como hacía con los textos que le rechazaban -así con un Diario que Carlos Barral decidió no publicarle-.
"Tuvo una pulsión grafómana; escribía poesía constantemente y en algún sitio escribió que escribir poesía era su droga", si bien "no daba una salida ortodoxa a su creación" y autoeditaba en folletos la poesía que decidía publicar, enviándosela a amigos.
Cirlot estudió el sufismo, la cábala y la hermanéutica tradicional "pero no fue un crédulo ni un alucinado por el más allá", según ha aclarado su biógrafo.
"A la manera de Pessoa" la vida de Cirlot fue "refractaria a la biografía"; trabajó para la editorial Gustavo Gili, "donde hizo de todo, también traducir; y su vida comenzaba al dejar esas ocupaciones, cuando ejercía de adalid de la vanguardia, escribía de arte y llevaba una vida interior que chocaba con esa aparente balsa de aceite exterior".
El biógrafo ha concluido con la paradoja de que "con sus creencias tradicionales fue el más vanguardista de nuestros poetas", y definiéndolo como un defensor de la abstracción, un escritor "muy raro, difícilmente asimilable, inclasificable", un hombre "ajeno a lo gregario" y "nada proclive a la izquierda política", que acabó separándose del surrealismo por el ateísmo y las simpatías comunistas de esta corriente, alguien que "escapa de las coordenadas habituales".
"Su continua manipulación de la materia formal y fonética, no era jugar por jugar sino que excavaba en las formas de escribir de otras épocas y tradiciones", ha añadido al explicar una frase lapidaria de Cirlot: "Ya hay demasiada poesía bien escrita".