Amigo José Carlos: perdona que me dirija a ti en pleno ejercicio de mi locura, pero hoy me he tenido que sentar a escribirte. ¿Por qué? Te lo digo y te lo cuento. Siempre hemos defendido que tú eres una de esas pocas personas que se merecen aquí el título de Hijo Predilecto de La Isla, junto con José Manuel Revuelta Soba y José Manuel Oneto Revuelta. Y no voy a presentar todos los méritos de este trío, porque el que no los conozca es que vive en otro planeta y solo le interesa la farándula y los meados en lata.
Pues bien, ayer estaba matando moscas en el patio, cuando llegó a mis oídos la noticia de que la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes de San Fernando, te había nombrado Académico de Honor. Lógicamente nos alegramos, porque reúnes méritos más que sobrados para ello.
Sin embargo, los locos, que solamente somos académicos de este manicomio por méritos también propios, nos quedamos con un sabor agridulce. Por un lado, llegamos a pensar que te tenías que morir para que La Isla reconociera tus méritos, pero ya vimos lo que pasó con Pepe Oneto, que se murió el hombre y no le valió de nada la promoción que hacía de su tierra por donde quiera que iba. ¿Sabes por qué? Porque La Isla tiene una cantidad de catetos que vaya con Dios. Aquí lo único con lo que se contenta el personal es con lo mismo con que se contentaba la antigua Roma:
panem et circenses (pan y circo). Les pones trompetas y tambores, y ya está la gente en la calle formado filas a toda prisa. Y encima, nuestras amadísimas autoridades, no contentas con lo que están viendo, siguen echando migajas en el teatro y dándole espectáculo a los entusiasmados espectadores de esta queridísima ciudad.
Y que por decir esto, nadie me diga que me vaya de La Isla, porque no me pienso ir. Estoy diciendo lo que pienso y veo. Aquí, el esfuerzo y la lucha por hacer que la cultura forme parte de la vida de los cañaíllas pasa a un segundo o tercer plano. Hay que premiar otras cosas que llamen más la atención y tengan contento al personal.
Pero, José Carlos, hay una cosa que no voy a dejar de hacer, y es hablar con sinceridad, aunque a algunos no les guste. Aquí no se tiene en cuenta la cantidad de cosas con las que te has volcado por tu ciudad, desde tu atención a su vida cotidiana en la prensa cañaílla, dirigida mucho tiempo por ti, hasta la resurrección de nuestro Teatro, convertido hoy en Real y que, bajo tu dirección, ya nos hizo olvidar el bingo y las películas del Oeste, pasando por los muchos años de dirección y fortalecimiento de esa Academia que hoy te homenajea, por tus numerosas incursiones en el mundo de la literatura,,,, y un etc. muy largo.
Ya no te aconsejaremos que te mueras pronto, sino que vivas muchos años más. Y, cuando te llegue tu hora, si todavía estoy aquí, me encerraré en el manicomio a reírme del montón de las pamplinas que algunos dirán entonces de ti, aunque las dirán rumiando por dentro un arrepentimiento tardío por no haberte dado en vida el reconocimiento que se les dio a otros amiguetes con unos méritos infinitamente inferiores a los tuyos.
En todo caso, el motivo de esta carta es felicitarte y que sepas que al menos el manicomio con este loco al frente, te tiene en el lugar predilecto que hoy tu Isla no te quiere reconocer. Un abrazo de tu loco amigo.