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San Miguel: Muros con dos siglos de historia en espera del nuevo cementerio en Vejer

Fue en plena invasión francesa cuando se hace realidad e incluso la tradición oral de nuestros mayores dice que lo inauguró el cadáver de un soldado francés

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Cementerio de San Miguel

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Un año hemos vuelto a rendir culto a aquellos seres queridos que nos precedieron, pedimos por el eterno descanso de su alma y los rituales en torno a la muerte, característicos de nuestra cultura, se hacen comunes. En estas fechas “de difuntos” solemos adecentar las sepulturas en los cementerios, llevar flores, ofrecer misas, encender velas por nuestros familiares… tradiciones que se remontan a tiempos pretéritos y que, en el caso de Vejer, el escenario no siempre ha sido el mismo, pues han sido varios los lugares sagrados de enterramiento que han existido.

Tradicionalmente, los fieles se enterraban en las criptas, bóvedas o tumbas que existían en el interior de las iglesias o dependencias anexas, pero la salubridad no era la más adecuada, prohibiéndose los mismos mediante una Real Cédula de Carlos III de 1787

En nuestros días, la mayoría de vejeriegos y vejeriegas eligen ser sepultados en el Cementerio Parroquial de San Miguel, cuyos muros ya cuentan con más de dos siglos de historia, pero anteriormente fue otro el lugar donde reposaron los restos de nuestros antepasados, pues la fundación de cementerios rurales, en las afueras de las localidades, se basa en leyes emanadas a finales del siglo XVIII. Tradicionalmente, los fieles se enterraban en las criptas, bóvedas o tumbas que existían en el interior de las iglesias o dependencias anexas, pero la salubridad no era la más adecuada, prohibiéndose los mismos mediante una Real Cédula de Carlos III de 1787. En ella, para solventar el mal olor y contagio de enfermedades, se recomendaba que se buscase una ermita próxima a la villa, para enterrar así en un lugar aireado. Por entonces, la Parroquia del Divino Salvador dejaría de recibir cadáveres en su interior, optando por usar lo que se ha denominado en el argot popular como “panteón”, junto a sus muros y entrada a la sacristía. En dicho lugar, donde aún pueden verse los restos de antiguos nichos y sepulturas, se efectuaban los enterramientos hasta la creación en 1810 del Cementerio Parroquial del Señor San Miguel, junto a la ermita de su nombre, lugar que había acogido a cientos de cadáveres finados en las epidemias que aparecieron a inicios del siglo XIX. No obstante, la Parroquia del Divino Salvador no era el único lugar sagrado donde los vecinos y vecinas de Vejer habían depositado los cuerpos de sus familiares difuntos desde tiempos medievales, sino que, en todas las iglesias, ermitas y conventos de nuestra villa y término, se habían efectuado enterramientos hasta estas fechas.

Cementerio de San Miguel

Volviendo a nuestro actual cementerio, fue en plena invasión francesa cuando se hace realidad, dictándose la prohibición de dar sepultura en otro lugar, e incluso la tradición oral de nuestros mayores dice que lo inauguró el cadáver de un soldado francés. Por entonces, se denominó “Cementerio de Policía de San Miguel”. Los vejeriegos y vejeriegas del momento tomaron esta norma con gran reticencia, apreciándose en sus testamentos como ordenaban enterrarse en dicho camposanto, por no existir otro remedio. Poco a poco se aprecia como la decisión se hace más firme por la mayoría y como bien apuntó el historiador local Antonio Muñoz, será la clase media y alta los que más resistencia ofrecieron al cambio, ya que estaban acostumbrados a tener sepulturas privadas en capillas y lugares preferentes dentro de las iglesias. Quizás por ello, las autoridades del momento construyeron un lugar techado más preeminente, donde elegían enterrarse los miembros de las familias acomodadas, denominado “almacén”, hoy desaparecido. Así mismo, la construcción de un nicho solo estaba al alcance de la clase media y la construcción de panteones familiares, a la clase alta, siendo la clase baja enterrada en el suelo, la mayoría de las veces sin féretro o lápida.Incluso, han existido dos zonas de nichos bien diferenciadas: el “salón”, correspondiente a aquellos bloques situados al inicio, con zonas ajardinadas y que solemos nombrar como “primer patio”; y “antiguo”, correspondiente al gran bloque perimetral del “segundo patio”, que albergaba en su tapia mas lejana una zona donde se enterraban a los sacerdotes, pues con el tiempo sus restos eran exhumados y llevados a la cripta situada bajo el altar mayor de nuestra parroquia.

Estas prácticas han estado en uso hasta mediados del siglo XX, existiendo sólo algunos panteones de apellidos ilustres de la localidad en el centro del camposanto, hileras de nichos adosados a las propias tapias del lugar y parcelas de terreno donde eran depositados los cuerpos de los más pobres y neonatos. Con el tiempo, ante la necesidad de construir nuevos bloques, se fueron eliminando los enterramientos en el suelo y se crearon numerosas nuevas parcelas de nichos, llegando a eliminarse por desgracia los antiguos panteones centrales. San Fernando, San José, Nuestra Señora de la Oliva o San Juan Pablo II, son el nombre que reciben algunos de ellos, componiendo un entramado de calles laberínticas.

Por otro lado, existían dos osarios donde se acumulaban los restos de aquellos difuntos que no costeaban los gastos de los nichos o que nadie reclamaba; y un lugar, a la entrada del cementerio, en la antesala del “primer patio”, donde hoy se encuentran los salones parroquiales, denominado “patio de los desesperados”, pues en él, en la tierra y sólo diferenciados por un número, se depositaban los cuerpos de los desconocidos y de aquellos que habían sesgado su vida por decisión propia. Adosados a los muros de la ermita de San Miguel, se levantaban unas dependencias para la práctica forense, conocido como “cuarto de autopsias” y almacenes, donde los sepultureros, como los recordados Ramito, José Quintana o los actuales Diego Miralles y Lolo Grosso, guardaban sus herramientas. Estas construcciones fueron eliminadas a inicios de este siglo, para la ampliación del templo. También por entonces se acondicionó una nueva entrada lateral, quedando en desuso la subida tradicional desde la avenida, aquella que tuvo como número de gobierno el 22 y que le dio ese sobrenombre popular al camposanto, donde en una lauda de mármol bajo una cruz, reza “Bienaventurados los que mueren en el Señor”.

Cementerio de San Miguel

Los entierros también han variado en cuanto a su forma, pues en la antigüedad, dependiendo de la posición social del finado, la mortaja, el acompañamiento, los sufragios y la conducción del cadáver, variaban. Existían entierros de primera, segunda y tercera, distinguiéndose en ellos el número de misas, toques de campana, clero asistente, “posas” o estaciones con el féretro desde la parroquia hasta el cementerio, o incluso las velas que se encendían junto al cadáver. De ahí que a aquellos que poseen pocos recursos económicos, se siga diciendo “está a dos velas”. Los denominados “entierros de tacón” se efectuaban a los pobres de solemnidad, donde incluso el ataúd era reutilizado. A finales del siglo XIX, todos estos trámites lo asumieron los seguros de deceso, pero anteriormente eran dispuestos como disposiciones testamentarias o las hermandades y cofradías asumían los gastos de sus hermanos.

Aunque la titularidad del mismo a inicios del siglo XIX no está del todo clara, pues, aunque se hiciera por orden consistorial se edificó en terrenos parroquiales junto a la ermita de San Miguel, a lo largo de sus 214 años de existencia fue confiscado en la I República Española en 1873, volviendo a ser parroquial en 1874; y en 1931, al proclamarse la II República Española, pasando a ser por unos años cementerio civil, volviendo a ser administrado por la parroquia tras la Guerra Civil.

Hoy la mayoría de vejeriegos y vejeriegas siguen disponiendo su entierro en el Cementerio de San Miguel, tras la celebración religiosa en la Parroquia del Divino Salvador o en la Iglesia de San Miguel, incluso con el auge de las incineraciones, que también frecuentan recibir sepultura en sus muros, pero es una realidad que en unos años viviremos aquella reticencia que vivieron nuestros antepasados de 1810, pues el nuevo cementerio situado en el Camino de la Oliva, será una realidad.

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