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Desde el campanario

La Rozalén de la pala y el rastrillo

Rozalén no podía levantar la cabeza del tajo porque la visión que contemplaba era un horror para su remembranza

Publicado: 17/11/2024 ·
16:28
· Actualizado: 17/11/2024 · 18:53
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Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Es difícil que a cualquiera que lea este artículo no lo hayan confundido alguna vez en su vida con otra persona muy parecida. Creo que sosias es la palabra acertada para definir correctamente esta similitud fisonómica. Pues de eso va la cosa. De hablar un poco de una tal Rozalén, que no es la que todos pensamos. Esta Rozalén es una letureña que, como muchos otros vecinos desplazados de su pueblito en Albacete en el momento de la Dana, dejaron inmediatamente lo que tenían entre manos y sin coger aire se encajaron en la tierra que fue cobijo de sus infancias para sumergirse en fango hasta las rodillas, como si de cualquier mariscador de nuestra Isla se tratara.

Solo que, en lugar de coger coquinas, empuñaron palas y rastrillos para descubrir de nuevo el suelo que pisaron de pequeños jugando al tocadé y al escondite por aquellas cuestas eternas cubiertas ahora de lodo y de inmundicia.

Esta Rozalén arremangada, protegidas sus piernas con cinta de empaquetar, las manos cubiertas por guantes improvisados con cualquier material y los ojos bañados de lágrimas inconsolables, no podía evitar a cada empellón de pala superar los arañazos que provocaban en su alma los recuerdos acuñados en la mente a golpe de vivencia tras vivencia.

Rozalén no podía levantar la cabeza del tajo porque la visión que contemplaba era un horror para su remembranza. Tragando saliva, la ropa empapada de sudor, al límite de la extenuación, soportó el esfuerzo sin darse un respiro hasta el amanecer, cuando otro voluntario la relevó. Un par de horas de descanso, un tentempié de galletas rellenas de mucho amor preparadas por Jacinta, la anciana que la vio en calcetines cortos jugando a la comba con diez añitos, y a seguir paleando.

Así desde el martes 29 de octubre hasta el sábado siguiente. Día tras día, ocupando el sitio de los profesionales que debieron aparecer allí inmediatamente y que no lo hicieron por culpa de esa indecencia de políticos a los que votamos, que desde hace mucho tiempo cambiaron sus respetables ideologías por ambiciones de poder, maquinación de bulos y ataques personales para vergüenza de un país a punto de poner en práctica, aquel Ensayo para la lucidez, con el que Saramago nos advirtió de lo que puede ocurrir en las urnas, cuando la sociedad que mantiene a esa casta indigna rechaza en las cabinas de los colegios cualquier opción de voto y deposita su sobre en blanco.

 ¡Qué verdad es ese dicho de que la mayor diferencia entre los animales y el hombre, es que aquellos nunca dejarían que los guíe un inútil! Pero nuestra Rozalén seguía a lo suyo sin pensar en ello. Con los dedos hinchados y una losa sobre las cervicales para rescatar a los suyos, esta joven de treinta y pocos años descubrió en esa tragedia como la solidaridad y el sufrimiento humanos, pueden alcanzar niveles inimaginables.

La riada se ha llevado por delante casi todo lo que costó años edificar en Letur, ese pueblecito de apenas novecientos habitantes enclavado en la Sierra del Segura. Cuando todo pase y la reconstrucción embellezca los destrozos, surgirá un nuevo pueblo, pero ya no será aquel donde ella esperaba jugueteando cada atardecer, la voz de su madre llamándola para cenar. Esta Rozalén se hará mayor y con ella convivirán para siempre sus recuerdos idílicos en connivencia con la angustia padecida, la soledad percibida, el abandono soportado, y los dolores sufridos en todo su cuerpo durante esos días en que en su interior solo hubo oscuridad, miedo y desamparo. Tampoco se desprenderá nunca de la cicatriz que talló a lo largo de su brazo izquierdo una herida producida por un fragmento cortante que le rajó la piel en su trajinar.

Esta Rozalén de la pala y el rastrillo tiene bastante afinidad con la otra Rozalén. La que todos conocemos. La de los escenarios y las canciones. La de esas letras reivindicativas contra la violencia de género, la homofobia, la opresión, el abuso, la agresión, la violación, el racismo y otras tantas perversidades que pringan a la calaña humana. Voluntaria de Grupos en Situación Marginal, colaboradora de la Asociación Española Contra el Cáncer,  miembro de la Fundación Vicente Ferrer, impulsora de la Iniciativa Legislativa Popular para salvar el Mar Menor, premiada por infinidad de asociaciones e instituciones por su labor impenitente en la Lucha Social. Entre ellos el de nuestro propio Ayuntamiento en reconocimiento a su Solidaridad.

La Rozalén que con su compañera Beatriz Romero fomenta en sus actuaciones el lenguaje de signos para que los sordomudos no se sientan discriminados, y entiéndanlo que transmite en sus canciones. Esta Rozalén que nació el mismo día que la Rozalén de la pala y el rastrillo y que tienen el mismo número de D.N.I. La Rozalén que anuló su agenda de actuaciones tal como se enteró de la catástrofe en su patria chica para acudir al lugar de la tragedia y dejarse el alma entre escombros y amargura. Sin focos. Sin periodistas, ni reportajes. Todo bajo el palio del anonimato. Codo con codo con la otra Rozalén, la de la pala y el rastrillo.

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