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El método Komisnky: puro (y genial) existencialismo

Chuck Lorre ahonda en la segunda temporada en sus componentes dramáticos, aunque con una acidez descacharrante, plagada de autocitas y buenos diálogos

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Decía Rafael Azcona que para identificar una mala película bastaba con comprobar si al guionista se le había olvidado incluir la secuencia de alguna comida. Para él era algo imperdonable, desnaturalizador. En la serie El método Kominsky (Netflix) los protagonistas se pasan un tercio de la trama en un restaurante, y otro tercio conversando dentro de un coche, que es, sin duda, el toque distintivo de su creador, Chuck Lorre: la mayor parte de los diálogos más trascendentales de sus series (acuérdense de Dos hombres y medio) transcurren dentro de un vehículo.

Lo subrayo porque estamos ante un trabajo eminentemente autorial que ha alcanzado cotas de genialidad en su recién estrenada segunda temporada, en la que ha ahondado en ciertos aspectos dramáticos, aunque con una comicidad descacharrante, plagada de autocitas, buenos diálogos y un extraordinario reparto encabezado por Michael Douglas (75 años) y Alan Arkin (85 años).

Que nadie busque tipos macizos ni chicas de portada. El método Kominsky es un chute de existencialismo a partir del día a día de dos amigos inseparables -hay personas a las que tenemos que soportar toda la vida, decía cariñosamente Pedro Guerra- enfrentados al final de sus exitosas carreras y a los achaques propios de la edad, pero aferrados a una vitalidad desde la que saborean los placeres del presente ante un futuro cada vez más a corto plazo en el que la próstata, el cáncer y la viagra tienen tanta importancia como su irrenunciable deseo a mantener activo su derecho a enamorarse de otra mujer, al desahogo verbal o a las sobremesas con martinis y Jack Daniels con Dr.Pepper light.

A Douglas, que produce la serie, hacía tiempo que no se le veía disfrutar tanto delante de una cámara, y Arkin -sensacional- es uno de esos casos puntuales de éxito tardío -Pequeña Miss Sunshine- pese a una trayectoria que se remonta a finales de los años 50. Junto a ellos, Nancy Travis (Asuntos sucios) -qué placer reencontrarla en esta serie tras dos décadas desaparecida- y una espléndida Jane Seymour, sin olvidar la fugaz aparición de Kathleen Turner: una genialidad más (haciendo de exmujer de Douglas, ahora trabajando para una ONG en Colombia: como si todo hubiera salido de una coctelera entre La guerra de los Rose y Tras el corazón verde).

 

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