El puente de la Constitución está lleno de tradiciones. En mi casa, como en muchos hogares, son días de frío y preparativos. De sacar el serrín, el corcho y los belenes. Este año, como última broma del 2020, no aparecen las luces del árbol y hemos decidido que mejor así, sin luces, que ya llegarán en el 2021, cuando vuelvan también los focos a brillar en los teatros y se llenen las salas de cine, cuando suenen las claquetas con sus luces y acción y bailemos bajo las luces de colores de una discoteca. Nuestro árbol este año no se enciende, por las muchas, demasiadas, vidas que se han apagado con este maldito virus con corona que estamos deseando se lleven los magos de oriente y que nos dejen a cambio las ansiadas vacunas.
Me imagino en estos días, ahora que tengo el honor de andar por los pasillos del Congreso, la frenética actividad en la víspera del nacimiento de nuestra Constitución, tras un intenso año que no tuvo que ser nada fácil y que terminó pese a todo pronóstico, en la configuración de un texto que es garante de nuestro sistema democrático, a escasas horas de despedir el año.
Me imagino los portazos, las tensiones, las diferencias irreconciliables en materias como la educación y su artículo 27, libertad de enseñanza, las broncas en los pasillos del Congreso, las interminables reuniones, los agrios momentos que había endulzar a base de pastas y té, hasta conformar un documento final al que se le añadieron más de 3.500 enmiendas y hasta 8 enmiendas estilísticas presentadas por Camilo José Cela, en el Senado, como por ejemplo en el artículo 4, cambiar la denominación del color de la bandera roja y “gualda” por roja y “amarilla”. Fruto de la generosidad de todos los grupos políticos, también de la generosidad de todos los españoles, y de la necesidad de encuentro, de concluir una etapa de nuestra historia y comenzar en un punto intermedio donde entendernos, nació la Constitución del consenso, que nos ha permitido 42 años de progreso y ha convertido a nuestro país en uno de los mejores ejemplos de reconciliación de la historia.
A pesar de que un sector minoritario de la población era contrario a la norma y de que, en la víspera de la consulta, ETA asesinara a tres policías en San Sebastián, nuestra Constitución tuvo una abrumadora victoria sobre la abstención, con el 87,7% de SÍ. El 5 de enero de 1978 se publicó en el BOE la Constitución que nos sigue velando. El mismo día, pero del 2020, víspera de Reyes, el presidente Sánchez nos convocaba a los diputados para votar su investidura. No consiguió la necesaria mayoría absoluta de la cámara, pero sería el preludio de una mayoría simple gracias a sus variopintos socios políticos, independentistas, comunistas y separatistas, que han conformado una situación de desigualdad territorial que se refleja en los presupuestos que bajan a la Cámara Alta en estos momentos, y que vuelven a tensionar al Gobierno con una modificación de nuestra Constitución.
Le preguntaban a Francesc de Carreras en estos días previos a la celebración del 6 de diciembre sobre la reforma de nuestra carta magna y él respondía que, al contrario de otros años, en que siempre proponía reformas mínimas pero sustanciales, que, en estos momentos ninguna, hay que dejar la Constitución tal como está. “Estos no son momentos de modificar la Constitución sino de salvarla para que no acabe en ruinas”. Y es que el sentir de Francesc es el de la inmensa mayoría de los españoles, ante los inciertos y convulsos episodios políticos que estamos viviendo en nuestro país y el ataque a nuestros derechos fundamentales pasando diariamente los límites de las líneas rojas que entre todos habíamos definido.