Hay quienes desde el Parlamento Andaluz defienden hoy que lo ocurrido en nuestra tierra hace cuarenta años fue un “invento”
y que la capacidad de autogobierno conquistada no es un valioso patrimonio de la democracia y la convivencia para la defensa de nuestro bien común sino un engaño colectivo costoso, prescindible, que pone en riesgo la unidad nacional.
Son momentos de incertidumbre, fallecimientos, restricciones de movilidad y contacto social, expectativas frustradas y proyectos aplazados. La situación no invita a festejar ni siquiera para recordar una fecha como el 28 de febrero andaluz de la que nos sentimos orgullosos como generación hecha a sí misma. Sin embargo, el espíritu de aquel momento y la capacidad de supervivencia que los andaluces demostramos entonces, cuando fuimos capaces de pasar juntos una página de la historia y mirar al futuro sin miedo y con ganas de recuperar el tiempo perdido,
puede servir de vacuna que reconforte el estado de ánimo colectivo actual.
El periodista Esteban Hernández en su libro “
Así empieza todo” concluye inteligentemente que
el progreso se produce desde la tensión entre sociedades que tienden a la repetición y los movimientos internos que tratan de hacerlas avanzar. “Los cambios más fructíferos”, sostiene, “se han conseguido dando una vuelta de tuerca a las raíces; no han surgido de la nada…, la innovación siempre parte de algún sitio”.
En tiempos de cambios acelerados, en los que se cuestiona el modelo económico y social y compiten la concentración de recursos en pocas manos y la distribución más justa del bien común,
los andaluces deberíamos partir del 28F, recuperar la ilusión con que en 2007 reformamos nuestro Estatuto para blindar aquello que nos da solidez y coherencia en la autoestima colectiva.
Tras la crisis de 2008, administrada por la derecha con austericidio, y a la que siguió una recuperación incapaz de fortalecer en nuestra tierra un desarrollo más equilibrado con empleo suficiente en cantidad y calidad,
Andalucía debe unirse frente a la adversidad de esta pandemia para salir adelante. Y debe hacerlo preservando los objetivos que asumimos ese 28F, liderados por un presidente socialista como Rafael Escuredo, capaz de integrar las inquietudes sociales, políticas y sindicales del momento: libertad e igualdad reales y efectivas; la mejora de la calidad de vida y el empleo; la salud pública; la conciliación; la vivienda digna; la cohesión social; la educación pública de calidad; el uso sostenible de los recursos naturales y económicos; la solidaridad y la convergencia de Andalucía con España y con la Unión Europea, superando desequilibrios económicos, sociales y culturales, especialmente en el mundo rural.
Mi generación conoció los coletazos del miedo. Millones de andaluces nacieron después sin miedo.
Incluso en estos momentos de perplejidad y dolor, hemos demostrado saber vivir sin miedo. Querer vivir sin miedo. Con responsabilidad y con compromiso, pero sin miedo. Juntos, unidos. La pandemia a la que nos enfrentamos hoy o el cambio climático que puede hipotecar el mañana exigen comprender que la solución pasa por la solidaridad y el compromiso individual en una acción colectiva global.
El 28F, la ilusión renovada en el Estatuto de 2007,
la convivencia democrática de estos cuarenta años han demostrado que Andalucía conoce bien la resiliencia. Ahora, la recuperación impulsada por el gobierno de España dentro del Pacto Verde Europeo marca una década estratégica en la que resolver déficits estructurales y acelerar la transición ecológica y digital de la sociedad andaluza con la mayor inversión pública y privada de toda nuestra historia.
En el proceso autonómico los ayuntamientos tuvieron un papel esencial. Frente a la pandemia o en los planes de recuperación, también.
La gobernanza compartida es la mejor lección de esta crisis. La ciudadanía en el centro y las administraciones unidas en el interés general, sin la confrontación que desacredita a los que representan a las instituciones.
Me quedo con el recuerdo de la bandera, nuestra blanca y verde, del presidente Fernández Viagas,
ese hombre bueno que defendía su valor simbólico porque no estaba manchada de violencia, porque era espejo de paz y esperanza, porque reivindicaba la justicia con Andalucía y en Andalucía. Porque los símbolos perduran cuando nos vinculan con valores.
Me quedo con la reflexión del Hijo Predilecto de Andalucía, Emilio Lledó: “Somos nuestra memoria.
En las actitudes que adoptamos, en la palabra que decimos o callamos, resuena todo lo que hemos sido”. Algún día quienes somos, las decisiones que tomamos, de qué lado de la balanza escogimos estar, será la memoria de otros.
¡Viva Andalucía!
Juan Espadas Cejas, alcalde de Sevilla