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Escrito en el metro

La herencia de Anselmo

Hemos conocido que los ricos de España, menos de un uno por ciento de la población, han incrementado su riqueza hasta el veinte por ciento en estos cinco último

Anselmo responde a aquel retrato machadiano del pasado efímero, de la España que pasó y hoy tiene la cabeza cana. En sus ojos se adivinan lágrimas perpetuas que comparte en el broquel de la plaza con sus dos inseparables amigos, con los que compartió vendimias en Francia y limpieza de trenes en Alemania, sin más vocación que dejarles a los suyos un pequeño legado. Seis décadas de vida austera para que ahora se lo lleven otros. Comparte con sus octogenarios compañeros la pena de que sus descendientes lo que recogerán después de tanto esfuerzo solo será una herencia envenenada porque tendrán que pagar más de lo que reciban. El consuelo de uno de ellos no le vale, las preferentes también se han comido los ahorros de muchas vidas, pero lo que más le duele es que sean los suyos, los que conoció en el Sur de Francia en la clandestinidad, con los que se armó de valor para defender un bienestar para todos, los que le prometieron una vejez digna con la tranquilidad de que sus hijos y sus nietos tendrían la felicidad que el no pudo gozar.

Hoy hemos conocido que los ricos de España, menos de un uno por ciento de la población, han incrementado su riqueza hasta el veinte por ciento en estos cinco últimos años. Aquellos intocables no sufren la usura de un Estado que se abastece de la recaudación del resto, cada vez más empobrecido, para mantener unos servicios públicos que se debilitan. Pero de sobra conocemos aquí que la usura de las administraciones desemboca en la codicia de los que deambulan en el entorno de esos ambientes políticos, ellos también ansían ser ricos. Las herencias se han convertido ahora en el preciado bocado de ayuntamientos y comunidades autónomas, y como consecuencia en su entorno revolotean carroñeros de todo tipo, desde politicastros, bancos, subasteros, leguleyos, prestamistas y hasta las ONGs más añejas del Reino. A río de desgracias ganancia de pícaros. Nuestra picaresca no es efímera, permanece inmutable desde los tiempos de Rinconete y Cortadillo, que hoy viven en los ambientes cortesanos de las capitales, lejos de la plaza de Anselmo.

Algún día un juez con sensibilidad social indagará en las raíces de estas nuevas preferentes en que se han convertido las herencias, y posiblemente veamos a los más inesperados personajes sentarse en un incómodo banquillo. Posiblemente también hoy estén disfrutando de unas blackcard con la insignia R.I.P.

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