Este mes nos ha dejado pasar muchas cosas importantes que han quedado en el baúl de los momentos perdidos. Hubo una Pink moon, cuando la primera luna llena de primavera es la más grande del año, y que a duras penas pudimos ver porque prefirió ocultar su belleza entre densos nubarrones como queriendo pasar desapercibida entre el desdén. La Naturaleza prosiguió su camino revelándose con más fuerza ante una humanidad amilanada por seres inconspicuos, así la Antártida sufría la primera ola de calor registrada, mientras en el Ártico se abría contra pronóstico una enorme ventana en el escudo protector de la capa de ozono y a la par se descubrían restos de un antiguo continente, tal vez aquel perdido de los atlantes. Y no menos trascedentes ha sido la cadena de erupciones volcánicas en el Pacífico iniciada en el Krakatoa y que como otras veces en la historia de la humanidad nos han ocultadoel sol con sus cenizas. Un sol que en los versos de Manolo Díaz da muerte a la muerte. En la ciudad los aplausos vespertinos espantaron a las gaviotas y sus graznidos insoportables, imitando incluso el desgarrador llanto infantil. El trinar de los vencejos y verderones ya olvidados han vuelto a la ciudad, como aquellas oscuras golondrinas. La alondra anunciadora de la creadora primavera ha resucitado después de años sin oírla en las altas ramas del viejo plátano delcarril de los guindos.
De todas estas manifestaciones de la Naturaleza urbana, la que más me ha sorprendido es el silencio de las cotorras. Buena nota deberían tomar los macabros fantasmas sin rostro de las redes sociales y tertulianos con rostros de medios de comunicación. De ese silencio, como en el de los corderos de Harries debemos aprender la lección de la mítica frase que popularizó Hannibal Lester, quid pro quo. Los mal intencionados la interpretaron como ojo por ojo. La Naturaleza no la aplica así, sino en su estricto sentido como una advertencia de algo sustituido por otra cosa. No nos necesita, su capacidad de resiliencia, como convenía con el sabio amigo Luis Medina Montoya, es más potente de lo que imaginábamos. Solo no solicita gratitud, y sobre todo hacernos saber que esto no es una guerra contra un virus, sino que el enemigo hoy es el odio.