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Diario de un jubilata

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Por un gesto o una frase inadecuada hay veces que las cosas vuelven a ser como son y no cómo nos las presentan. La cirugía estética a la que cada vez se recurre más, fundamentalmente las mujeres, consigue resultados espectaculares. Que en cuánto te descuidas y dejas de verlas un par de semanas te crees que te has tropezado con sus hijas. Una experiencia reciente me lleva a ofrecer una serie de consejos para que lo que se gana con el bisturí, o con lo más moderno en afeite, no se pierda por la boca.


En todo caso -porque te cuidas mucho- si has conseguido representar sobre cuarenta años, cuándo por carnet tienes más de sesenta, es conveniente limar el vocabulario y por encima de todo no nombrar personas o cosas periclitadas:

No digas que recuerdas ir a misa con velo y misal, con el cura de culo y en latín.

Jamás reconozcas que hiciste algo más que manitas en un SEAT 600. No por el pecado, sino por el modelo y el espacio. Que ya era habilidad, caramba.

Nunca conociste a la Betty Boop, ni canturrees “que tiene cabeza, pero cuerpo no”.
Procura no mencionar los bolsos de plexiglás o los zapatos Gilda.

Hazte la loca si hablan de los seriales de la radio; ni idea de Ama Rosa o Un arrabal junto al cielo. Si nombran a Guillermo Sautier Casaseca pregunta, inocentemente, si se trata del nuevo ligue de Anita Obregón.

No aludas al estreno de Los Diez Mandamientos o Siete novias para siete hermanos. Nunca vistes a la mona Chita en el cine e ignoras que era eso de la “fila de los mancos”.

En la vida tuviste medias de cristal de contrabando que traían desde Gibraltar. Aquellas medias inglesas (porque llegaban a las ingles, claro).

Retira de tu terminología palabras cómo: Gaseosa, sifón, ambigú, candié o penicilina.

No llames al autobús: “tranvía”. Ni al Hospital Juan Grande: “Sanatorio”.

Y por último déjate matar, si fuere preciso, antes de confesar que te rizabas el pelo con bigudíes, usaste puchos o leíste novelas de Corín Tellado.

Y es que, señora mía, después de gastarse una pasta en ornato no hay que dar ventaja a las envidiosas, por eso conviene guardar el DNI bajo siete llaves. O mejor: falsificarlo.

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